top of page

Cuentos de tinta y sangre.


Entonces fue creada el ave y los Dioses le regalaron el don de la libertad, de esta manera el ave podría recorrer el mundo para que ella pudiera hacer con éste lo que quisiera. La libertad sin duda era el mejor regalo de todos pues la criatura no tenía leyes que obedecer ni limites, ninguna regla o cadena que la detuviera, el ave era indomable, sin duda era un espíritu indomable.

Pasaron años, lustros, siglos y milenios, fue testigo de nacimientos de estrellas, así como de colapsos de universos y la extinción de planetas, bajo tempestades y siniestros observaba como los habitantes de la tierra se ahogaban, se destruían, como desolaban la tierra y esta, como volvía a resurgir.

Tiempo después, cuando los dioses habían cambiado de nombre y nuevos hombres habían nacido, el ave se mantenía igual, libre de todo, incluso la muerte, los tiempos habían cambiado, los dioses creadores se habían perdido en la memoria de antiguos habitantes y ahora reinaba Zeus, los mortales le atribuyeron el ave a su hijo Hermes. El ave de Hermes continuaba su vida inamovible de su propósito y Hermes el cual amaba su belleza adornó sus alas. Siendo éstas provocación de deseo muchos, tanto hombres como dioses buscaban hacerla presa con lazos, cadenas y jaulas, pero fracasaron, logrando que surgieran leyendas sobre la criatura, pero ni las palabras, ni los cantos la encerraron.

El ave de Hermes viajaba a través de las miserias de la tierra, así como por los bellos paisajes del mundo, destinada a viajar con el tiempo, por el tiempo y sobre el tiempo, libre de morir, del hambre o del cansancio se encontró con una fuerza superior a ella, una fuerza a la que toda criatura o bestia, ya sea grande o pequeña, consiente o ignorante sucumbe, una fuerza que sacrifica vidas y revive muertos. El ave se encontraba atrapada.

La conoció, y cuando la conoció no pudo dejar de observarla y ella mujer carnal, mujer que es ajena a todo lo que el ave era pues siendo considerado un eterno, un Dios, ella nunca podría estar a su lado. Bajó entonces por primera vez a la tierra, negando por treinta y siete días su naturaleza, libre para hacer su voluntad se entregó en cautiverio a un cariño incierto, entró en una paradoja, en el ave palpitaban postulados milenarios, libertad pura, aunque su naturaleza se lo permitiera, su esencia misma lo negaba, la paradoja de Hermes. Entonces debajo de los cielos y ante los ojos de la hermosa mujer de aura dorada negó “El ave de Hermes es mi nombre … me domestiqué devorando mis propias alas” y volar ya no pudo.

Libro: Cuentos de tinta y sangre

Fragmento: El ave de Hermes (adaptación)


Posts Destacados
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Posts Recientes
Búsqueda por etiquetas
Síguenos
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
bottom of page